Viajando a Moscú

Recuerdo del primer mensaje :

Había sido enviado a Rusia para otra misión de la cual tenía que informar de cómo iba avanzando otro grupo de C.A.O.S que se encontraba en Moscú averiguando sobre clanes Sicilianos.

Esa mañana de miércoles había llegado a Moscú con una mochila y bien abrigado, pues unos días antes del viaje me había informado bastante de clima. Y esa semana haría de máximo tres grados, y justamente hoy anunciaban nieve.
Con mi mochila al hombro caminaba por la Catedral de la Asunción.

Al ver que salió de la capilla me volví hacia donde minutos antes se encontraba la caja con las armas. Había sido informado de como abrir el mecanismo por lo que me resultó más fácil. Cogí todo lo que había en la caja y lo guardé en la mochila que llevaba siempre conmigo. Dejé todo como estaba y salí de aquella capilla.

Avancé por los pasillos para salir finalmente de la catedral. Me quedé de pie, delante de la catedral. Di un rápido vistazo a mi alrededor y divisé a Aries. Aun así me quedé ahí, de pie.

Vi como se alejaba más, pensaba que al menos se despediría, pero me equivocaba. Al igual que ella me alejé de ahí, pero en la otra dirección. Con las armas que había conseguido en la capilla en mi mochila me dirigía a donde me hospedaba.
Una vieja casa en los límites de la ciudad, sin mirar atrás giré en una esquina alejándome cada vez más de aquel lugar.

Había salido una hora antes a llevar las armas que había confiscado de la capilla a unos compañeros que ese mismo día regresarían a la base. Todavía tenía algo más por hacer así que me quedaría unos tres días en Moscú.

Decidí dejar la espada junto con la mochila que solía llevar siempre en la casa donde me hospedaba, al menos ese día no estaría de servicio, saliendo sólo con una daga como arma. Salí lo más abrigado que podía, hacia viento y aun que eran las siete el sol ya se había puesto a eso de las cuatro de la tarde.

Con las manos en los bolsillos del abrigo caminaba bajo las luces de la plaza. Tras dar una vuelta por e lugar pensaba en ir a cenar algo. Llevaba el suficiente dinero para cenar y para algún que otro capricho.
La plaza estaba llena de gente por lo que podías pasar inadvertido sin mucha dificultad.

Aun en la plaza miraba a todos los humanos que se encontraban allí. Nunca antes había estado rodeado de tatos por lo que me resultaba algo incómodo. Todo esos ojos que me miraban como si fuera una especie de lo más rara, a mi a otros nones que habían venido para otras misiones. En total en la plaza habían cuatro más. Los conocía, pero trataba con ellos por temas del clan. Con la única persona con la que había llegado a relacionarme más era con mi jefe. Tal vez porque lo consideraba un hermano mayo, aun que lo trataba con bastante respeto.

Aquella noche era preciosa. Las luces de las farolas y demás daban tonos cálidos a la plaza y a la noche. El viento había dejado de soplar, pero el frío persistía en el ambiente. Seguí caminando sin percatarme que a varios metros de distancia la chica con la que me había encontrado en la capilla me apuntaba con su arco, con la intención de ¿matarme?

El grito de los transeúntes me alarmó. No sabía porqué tan alboroto ni porqué corrían despavoridos intentando ponerse a salvo.
Lo primero que me vino a la cabeza era que podía tratarse de Sicilianos. Miré a mi alrededor y fue donde divisé el foco de tal alboroto. Algo había tras la columna. Los cuatro nones sacaron sus armas y uno de ellos me dio una espada.
No fuimos acercando cada vez más a la columna con las armas en ristre.

Me quedé bastante sorprendido al ver a Aries con el arco, apuntándome. Agarré con fuerza e mango de la espada, esta vez no podría perdonarle la vida si llegábamos a luchar.Miré directamente a sus ojos, los cuales estaban llenos de lágrimas.
Cuando su flecha se quedó clavada en e mástil de arma de un none el resto había salido corriendo detrás de ella. Yo solo me quedé de pie en mi sitio, sin moverme, sin articular palabra alguna.
Había entendido perfectamente a que se debía esta última acción.

Miré hacia atrás sin saber qué hacer. Tres nones me seguían por las calles de Moscú. Tenían más dificultad que yo para atravesar la plaza debido a su tamaño, pero sabía que en cuanto había salido de aquella zona ya no había tal ventaja. Corrí chocándome con cada cual. Aparté a pequeños niños y tiré varios estantes de mercancía variopinta a mi paso. Oía el ruido de las pesadas botas persiguiéndome. Torcí una esquina y maldije cuando vi la longitud que tenía la calle que comunicaba. Casi los tenía encima y no tenía demasiada resistencia. Varios gritos graves y profundos resonaron a mi espalda y un zumbido rasgó el aire. Una lanza pasó rozando mi costado y abriendo un corte que tiñó de rojo mis prendas, lo que me arrancó un grito ahogado. Me desequilibré y por poco acabé en el suelo sin una maldita pistola y como única salvación las flechas. Me giré mientras corría y herí a dos de ellos en los hombros, únicamente para que cesara su persecución. Torcí en otra calle y me choqué con otro humano que dejó escapar una maldición. El dolor me estaba matando.

El none que había quedado conmigo me sacudía intentando sacarme de mi shock. Y junto con él fui por donde habían marchado los otros tres nones persiguiendo a Ariel. Le agradecía mucho e haberme perdonado la vida, pero esta vez no podía hacer nada, las ordenes eran claras y nada podría hacer.

Llegamos después de unos minutos y nos encontramos un gran desastre. Muchos estantes estaban tirados por la calle, al final de esta se encontraban los tres nones heridos. Corrimos hacia ellos y una vez comprobado que no estaban heridos muy gravemente nos cercioramos de llamar refuerzos.
El none que me acompañaba se fijo en las gotas de sangre que yacían en la calle. Sabía que esa sangre era de Ariel. Junto con otro none corrimos hacia la dirección de la sangre, la cual nos llevaría hasta ella.

Las salpicaduras de sangre llegaron a su fin, delante nuestro se encontraba un muro. No había rastro de ella. Tal vez había logrado huir, o tal vez se encontraba es escondida en algún contenedor.
Nos quedamos ahí, esperando a que los refuerzos llegaran mientras tanto nosotros nos encontrábamos buscando alguna pista que haya podido dejar.
Era inútil, era ya muy de noche y apenas se veía en ese lugar. Una vez que los refuerzos llegaron se recorrieron toda la ciudad de Moscú en busca de Ariel. Habíamos encontrado sus pertenencias, las cuales fueron llevadas a la base.
Sin más que poder hacer ahí me enviaron de regreso a la casa donde me alojaba para preparar mi equipaje. Mañana a primera ahora volvería a la base.

Me quedé en el porche de la casa, sentado sobre pu banco. No había nadie, la casa era totalmente para mí. Las pocas pertenencias que había llevado seguían en su lugar por lo que no tendría que hacer la maleta para mañana.
Desde lo que ocurrió en la Plaza Roja había terminado por hoy mis servicios, por lo que era un "humano" cual quiera en una casa a las afueras de la ciudad.
El porche apenas lo iluminaba una antorcha, la luz era tenue y transmitía calor. Me quedé mirando la nada pensativo.

Una voz hizo que todos mis pensamientos se alejaran, miré hacia la entrada de porche. Ariel se encontraba en un estado lamentable. Acto seguido me puse en pie, y fui hasta ella y la cogí en brazos.
-¿Qué haces aquí? -pregunté confuso de verla. Vi que había perdido bastante sangre por lo que no esperé a que me respondiera, sin más la llevé dentro de la casa. Con un movimiento de dedos encendí la hoguera. Recosté a Ariel sobre una manta, encima del sofá.
Fui hasta mi cuarto a por mi mochila, ahí llevaba lo necesario para curarla

-No hables...- fue lo único que dije. Me resultaba extraño, por decirlo de una manera, que una chica me dijera eso. De nuevo caminé hacia ella y con cuidado rompí la parte de su ropa donde tenía la herida. Desinfecté esa herida y luego la curé. Durante todos los viajes que había hecho llegué a aprender sobre medicina en algunos países, al igual que algunas lenguas.

-¿Qué quieres saber? -preguntó con voz pausada y calmada.
Una vez desinfectada y curada la herida cogió unas vendas. La cogió con cuidado por la cintura con una mano y con la otra paso un vendaje al rededor de su cintura vendando la herida.